lunes, 23 de febrero de 2009

Gertrude Baniszewski (El asesinato de Sylvia Likens)


Gertrude Baniszewski pasó una vida de carencias materiales y emocionales. Su padre murió cuando ella tenía once años, dejando a su madre con seis niños para criar. Cinco años más tarde, a los dieciséis, Gertrude dejó el colegio y se casó con John Baniszewski, de dieciocho años. Tuvo cuatro hijos. Ella y John se divorciaron luego de diez años de relación. Ella se casó de nuevo, esta vez con Ed Gutherie, pero esta unión sólo duró tres meses. Gertrude se dio cuenta de que había cometido un error. Luego cometió uno más grande: se volvió a casar nuevamente con su primer marido, John, y tuvo dos hijos más antes de divorciarse de él por segunda vez en 1963. Nunca acostumbrada a estar sola, Gertrude se mudó con Dennis Lee Wright y, prontamente, dio a luz al niño número siete antes de que Dennis se fuera. Durante esta serie de embarazos, Gertrude también tuvo seis abortos.



Para 1965, Gertrude tenía treinta y siete años y se veía como una persona de sesenta. Fumaba sin parar, bebía constantemente, sufría de asma y tenía una serie de achaques. Su única entrada económica consistía en lo que podía extraer de los padres de sus hijos. Para completar sus gastos, planchaba ajeno. Un día, dos desconocidos llamados Betty y Lester Likens le pidieron a Gertrude que cuidara de sus dos hijas mientras ellos trabajan para un circo en Florida. Las dos niñas ya conocían a los hijos de Gertrude: los habían visto a la salida de la iglesia. Los padres le ofrecieron veinte dólares a la semana y Gertrude aceptó.


En el verano de 1965, Sylvia de dieciséis años, y Jenny de quince, se mudaron con Gertrude y sus hijos al 3850 de East New York St., en la pacífica ciudad de Indianápolis, Indiana. Sylvia era una chica agradable y callada a quien todos querían. Cooperaba y ayudaba con el planchado y los platos. Su hermana Jenny era una adolescente bastante callada. Había nacido con la pierna izquierda encogida. Más allá de su discapacidad, se las arreglaba para bailar y montar patineta. La primera semana en la casa de Gertrude no ocurrió nada fuera de lo normal. Las dos chicas Likens parecían llevarse bien con los chicos Baniszewski.

Sylvia Likens


Pero un comentario demostró lo que Gertrude desarrollaría hacia ellas. Siete días después de que ellas llegaran, el cheque prometido por los padres de las niñas se retrasó. Gertrude les dijo: "Bien, perras, he cuidado de ustedes durante una semana por nada"; acto seguido, las llevó al sótano y las azotó en las nalgas con un cinturón. Jenny no aguantó el castigo y Sylvia se ofreció para que a ella le tocara también el castigo de su hermana; Gertrude accedió. Al día siguiente, llegó un sobre con los veinte dólares por correo; se había retrasado por una confusión del cartero. Dos días más tarde, los Likens se tomaron un tiempo libre del empleo en el circo para pasar por la residencia de los Baniszewski para ver cómo estaban sus hijas. Nadie se quejó. Todo parecía estar bien, así que los Likens se regresaron contentos.

Jenny Likens


Tiempo después, por alguna razón, Gertrude se convenció de que Sylvia estaba pasando demasiado tiempo en la tienda de alimentos. Sylvia trató de explicarle que había encontrado unas botellas de refresco vacías y estaba devolviéndolas para ganar un poco de dinero extra. Gertrude no quería oírla. Decidió castigar a Sylvia pegándole con una paleta. La paleta tenía un espesor de casi un centímetro. Luego de esa primera vez, Sylvia siempre era culpada por romper las reglas de la casa. Cuando Gertrude se cansaba de sufrir de asma, ponía a su hija mayor, Paula como encargada de la paleta. Paula, una obesa chica de ochenta kilos, amaba su nuevo poder. Ella le aplicaba la paleta a Sylvia una buena cantidad de veces.

Paula Baniszewski



En ese momento, no todo era trabajo y golpes para Sylvia. Le encantaba caminar en el parque cercano, acompañada por su hermana Jenny, hasta que llegaban a la iglesia. Pero mientras avanzaba el verano, parecía que para Gertrude todas las desgracias del mundo eran culpa de Sylvia Likens. A la hora de la cena, en la mesa, Sylvia generalmente no recibía comida. Se le obligaba a observar cómo comían los otros. A veces, su hermana Jenny robaba un poco de pan para ella, pero era tanto el temor que sentía hacia Gertrude que nunca se atrevió a desafiarla.

La casa de Gertrude


La casa de los Baniszewski era el lugar donde se reunían los adolescentes del barrio; uno de ellos era amante de Gertrude e incluso tenía un bebé con ella del que, por supuesto, no se hacía cargo. Cuando varios jóvenes observaron que Sylvia soportaba el abuso al que era sometida, ellos también comenzaron a mofarse de ella y a aplicarle castigos físicos. Coy Hubbard, quien tenía quince años, pesaba 85 kilos y medía casi dos metros, se convirtió en uno de los peores tormentos de Sylvia. Era una especie de experto en judo y le encantaba lanzar a la chica por el aire. En el sótano de los Baniszewski, había un viejo colchón que supuestamente evitaría que Sylvia se hiciera daño. Coy siempre calculaba mal y Sylvia aterrizaba con un crujido en el piso de cemento. Todo el mundo se reía. Nadie, incluyendo a su hermana Jenny, hizo nada al respecto. Después de todo, el único adulto cuidándolos era Gertrude, y ella no sólo aprobaba su comportamiento sino que parecía deleitarse con él.

Coy Hubbard


Los castigos empezaron a aumentar en intensidad y frecuencia. En una ocasión, Paula acusó a Sylvia de que hablaba mal de ella. Gertrude tomó a la niña, la puso en la sala, delante de todos, y comenzó a quemarle los brazos con un cigarrillo encendido. Todo se convirtió en un juego perverso, orquestado por una mujer diabólica que estaba descargando las desgracias de su vida en una niña indefensa. El abuso continuó, interrumpido solamente cuando los de afuera entraban en la casa.

El sótano


Un día, el reverendo Roy Julian pasó a saludar. Se fue bastante preocupado por Gertrude, pues en su condición de enferma era difícil soportar tal contingente de niños. La señora Saunder, enfermera de salud pública, hizo una llamada. Gertrude explicó que una de las niñas a su cuidado, Sylvia Likens, era una prostituta y estaba corrompiendo a sus hijos. La señora Saunders se compadeció, pero nunca regresó. Gertrude decidió que Sylvia no estaba a la altura para dormir arriba con el resto de la familia. La niña fue arrojada escaleras abajo con un empujón, al sótano que se parecía a un calabozo privado. Desde ese momento, sólo la alimentaron con galletas saladas y agua. Se desnutrió y deshidrató.

El colchón de Sylvia


Cada cierto tiempo, los chicos la sumergían en baños hirvientes. Cuando era sacada, su cuerpo estaba rojo por el calor. Una vez se desmayó y fue arrastrada fuera del agua por el cabello. Sylvia, ahora cubierta por quemaduras de cigarrillos y otras heridas causadas luego de ser lanzada por el aire y arrastrada por el piso de cemento, recibió el tratamiento de Paula: le pasó sal por las heridas. Luego Gertrude obligó a la niña a escribir varias cartas donde detallaba escabrosos asuntos sexuales y confesaba que era una prostituta.
La tina donde metían a Sylvia

El espíritu de Sylvia terminó por romperse y dejó de pelear por su vida. Fue el día en que Gertrude le ordenó a Jenny que cacheteara continuamente la cara de su hermana hasta que se pusiera totalmente. Luego del incidente, Sylvia ya no se resistió al abuso. Gertrude le arrancó la blusa y los pantalones cortos para dejarla totalmente desnuda; así permaneció de allí en adelante.
Jenny Likens, la hermana de Sylvia, y Diane, una de las torturadoras



Atada en el sótano, tiritaba de frío y sufría hambre y sed, además del abuso de todos los que deseaban solazarse en su dolor. Muchos niños y adolescentes convirtieron en rutina su viaje vespertino al sótano para golpearla, quemarla, tirarla al piso y patearla entre varios, morderla, besarla y abusarla sexualmente. Otros iban a presenciar las vejaciones y a burlarse. Llevaban a sus novias e invitaban a otros amigos. Frecuentemente, estos otros invitados también decidían participar en los tormentos a la niña. Alguien hizo un dibujo de la niña poniéndole cuerpo de mujer y una posición sexualmente explícita.


John Baniszewski Jr. tenía solamente diez años, pero le gustaba oír gritar de dolor a Sylvia cuando le ponía cigarrillos encendidos en los brazos, las piernas y el estómago. También gozaba al darle puñetazos en el rostro, golpearle el vientre o patearle y pisarle la cara mientras estaba en el piso; fue quien organizó tours llevando a sus amigos y a los chicos del barrio a pasar tardes enteras torturando a la niña antes de que se fueran a cenar a sus casas.
Escenas de la película La chica de al lado, basada en el caso de Sylvia Likens



Gertrude llegó en una ocasión a obligar a Sylvia a que se introdujera por la vagina una botella de cristal de Coca Cola, ante la mirada lasciva y divertida de sus hijos y sus amigos. La botella se rompió estando dentro del sexo de la niña y le desgarró las paredes vaginales. Todos celebraron el hecho con risas y aplausos mientras Gertrude fumaba un cigarrillo tras otro.

Una de las cartas


Una vez, el adolescente Richard Hobbs le apretó el cuello a la niña durante tanto tiempo, que Sylvia perdió el conocimiento y pensaron que había muerto. Hobbs también la sostuvo mientras Gertrude tomaba un alambre al rojo vivo y grababa en el estómago de la chica: "Soy una prostituta y estoy orgullosa de serlo".

Richard Hobbs y Gertrude Baniszews

Gertrude se cansó de la tarea, pero Hobbs se hizo cargo del trabajo y lo completó. Esa tarde, Coy Hubbard pasó por la casa. Golpeó a Sylvia en la cabeza con un palo de escoba, dejándola inconsciente.
Coy Hubbard, uno de los torturadores


A la mañana siguiente, Sylvia estaba incoherente y hablaba sobre irse con sus padres y alcanzarlos en la feria donde se encontraban. Tenía moretones por todo el cuerpo, hedía a causa de la falta de aseo y sus cicatrices de quemaduras resaltaban por todas partes de su piel. Gertrude decidió que debía mojarla con la manguera. Una manguera de jardín fue llevada hasta el sótano. Todo el mundo se rió mientras el agua salpicaba sobre el demacrado cuerpo de Sylvia Likens. En un momento, ella ya no se movió. Estaba muerta.
Marie Baniszewski, hija de Gertrude y torturadora de Sylvia



Richard Hobbs llamó a la policía con la vaga noción de que ellos le aplicarían respiración boca a boca para resucitarla y todo estaría bien. Al ver el cuerpo, los oficiales y médicos declararon que el de Sylvia Likens era el peor caso de abuso físico que habían investigado en la historia del estado de Indiana.
Escenas de la película El encierro, basada en el caso de Sylvia Likens



Los juicios fueron una sucesión de testimonios autoinculpatorios. Todos los adolescentes y niños aceptaron su culpabilidad y detallaron ante el horrorizado jurado los castigos a que habían sometido a la pequeña. Solamente Gertrude intentó zafarse de todo y lanzar la culpa sobre sus hijos y sobre los demás chicos. Declaró que ella no había sabido nada de lo que ocurría en su sótano, pero todos los demás dieron la misma versión: ella alentaba la tortura y participaba en ella. Jenny, la hermana de Sylvia, declaró lo mismo.
Los titulares sobre el caso


Paula Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en segundo grado y sentenciada a cadena perpetua. Obtuvo su libertad condicional el 23 de febrero de 1973, luego de servir siete años en prisión.
Paula, la hija de Gertrude


Coy Hubbard y Richard Hobbs fueron hallados culpables de homicidio impremeditado y fueron sentenciados a 21 años en la cárcel en el Reformatorio del Estado de Indiana. Todos obtuvieron libertad condicional. John Baniszewski, pese a tener diez años de edad, fue sentenciado a cumplir 21 años de cárcel; fue el preso más joven en la historia de ese estado.
Gertrude y su hijo John durante el juicio


Gertude Baniszewski fue hallada culpable de asesinato en primer grado y sentenciada a cadena perpetua. Se le recluyó en la Prisión de Mujeres de Indiana. Obtuvo su libertad condicional el 4 de diciembre de 1985, luego de estar veinte años en prisión.
Richard Hobbs durante el juicio
Poco antes de morir en 2000, Gertrude Baniszewski aceptó finalmente su culpabilidad, responsabilizando a sus problemas personales y a una serie de medicamentos que ingería, por sus actos criminales. El caso de Sylvia Likens sirvió para realizar las películas La chica de al lado y El encierro.
Monumento en memoria de Sylvia Likens
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FILMOGRAFÍA:


BIBLIOGRAFÍA:


miércoles, 18 de febrero de 2009

Robert Thompson y Jon Venables (Los Niños Asesinos de Liverpool)



Nacidos en Liverpool, Gran Bretaña, en 1983, los niños Robert Thompson y Jon Venables tenían diez años de edad y un historial problemático en la escuela. Provenían además de familias disfuncionales. Eran chicos que siempre reprobaban en el colegio, con dramas de alcoholismo, violencia familiar y divorcios en sus casas. Robert Thompson era un niño que había aprendido a desconectarse emocionalmente por los traumas que había sufrido desde pequeño, sobre todo el abandono de su padre, que les dejó cuando tenía seis años, y la violencia que había visto en casa antes y después de eso.
Robert Thompson en la escuela


Los paralelismos con Jon Venables resultaban evidentes: ambos tenían problemas en su casa, un entorno violento donde se abusaba del alcohol, graves conflictos entre sus padres, hermanos con dificultades de aprendizaje y, además, sufrían el acoso de sus compañeros. Por eso se hicieron tan amigos.

Unos días antes, habían visto juntos la tercera película de Chucky, el Muñeco Diabólico. Esa cinta, según declararían meses después, los inspiró para cometer la acción que emprenderían poco después.


El 12 de febrero de 1993, Robert Thompson y Jon Venables faltaron a la escuela. Días antes habían intentado robarse a un niño, pero la madre había regresado pronto y no lo habían conseguido. Ese día lo intentarían de nuevo. Habían estado dando vueltas por los alrededores del Centro Comercial Strand, de Bootle, Merseyside (Liverpool), en Inglaterra.

La entrada al Centro Comercial Strand
El interior del shopping mall.
Tiempo después, una anciana recordó que ese día los chicos se burlaron de ella por caminar encorvada. Una empleada afirmó que los echó de la oficina hipotecaria donde trabajaba, después de que entraran gritando y revolvieran los folletos de información. Uno de ellos fue visto también en la librería del centro comercial, hojeando un cómic; cuando la dependienta le preguntó si quería algo, "tiró el cómic y salió huyendo".

Jon Venables y Robert Thompson al acecho, momentos antes del secuestro


Mientras tanto, Denise Bulger y su hijo de dos años, James Patrick Bulger (nacido el 16 de marzo de 1990), estaban haciendo compras. Para las 15:37 horas, el pequeño James y su madre entraban en una carnicería. Las cámaras de vigilancia del centro comercial registraban todo, paso a paso, con la hora sobrepuesta a las imágenes. Una documentación en video del itinerario fatal de esa mañana invernal.
James Bulger, la víctima.

Cerca de allí, los dos niños vigilaban. A las 15:38, el pequeño estaba junto a la puerta de la tienda, esperando a que su madre terminara. A las 15:39, cuando Thompson y Venables le tendieron la mano, el niño, curioso y de naturaleza jovial, no lo pensó dos veces. A las 15:40, Denise salía de la tienda y buscaba a James. A las 15:41, James reaparecía en otra cámara: caminaba por la galería principal del centro en compañía de dos niños mayores que él. A las 15:42, James se acercaba a la puerta del recinto, dando la mano a uno de sus acompañantes. A las 15:43, el trío abandonaba el centro. Esa fue la última imagen de James Bulger con vida. La madre lanzó la alarma de inmediato, pero ya era tarde: James se había alejado con sus asesinos por una salida secundaria, como mostraron luego las cámaras del circuito cerrado de televisión.
La imagen que dio la vuelta al mundo: el instante del secuestro

Las últimas horas de James Bulger consistieron en una larga y terrorífica caminata desde el Centro Comercial hasta un descampado junto a una vía férrea, cerca de un río. En el trayecto, treinta y ocho testigos los vieron pasar. Fueron cuatro kilómetros de marcha agotadora, durante los cuales James Bulger lloró casi ininterrumpidamente. Varios testigos recordaban a James lloroso y con magulladuras en la cara.


Una mujer dijo haber visto cómo los otros dos niños cogían a James de las manos, uno a cada lado, y lo balanceaban hacia delante y detrás "subiéndole hasta la altura de sus cabezas". El niño parecía muy asustado, explicaría tiempo después.


Otro testigo dijo haber visto cómo los acusados "cogían al más pequeño por los brazos y le arrastraban". "Me pareció que el más pequeño quería huir", señaló. Treinta y ocho testigos admitieron ver a los chicos maltratando a James Bulger durante el trayecto que hicieron, pero ninguno intervino ni lo defendió.


Eso apenas fue el comienzo de una larga agonía. Cuando llegaron a una vía férrea del paraje de Walton, Robert Thompson y Jon Venables no mostraron piedad alguna. Primero lo pintaron de verde. Luego le arrojaron ladrillos encima al pequeño y lo golpearon repetidas veces con una barra de metal. Thompson le dio una patada tan fuerte en la cara que le dejó la huella marcada en la piel. Le rompieron las manos y los dedos pisoteándoselos. De allí le quitaron los pantalones y los pañales y lo torturaron con baterías eléctricas, mismas que terminaron introduciéndole por el recto como parte del abuso sexual que cometieron con él. Se pararon luego sobre el niño y le brincaron encima de su estómago y pecho. Después lo patearon en el vientre hasta reventarlo. Ya muerto, colocaron el cadáver sobre las vías férreas, para que el tren lo destrozara y simular un accidente. Se alejaron riendo y burlándose de algunos detalles, de regreso a sus respectivas casas.
Los escenarios del crimen.


Mapa del área.


El secuestro desató una cacería humana sin precedentes: Scotland Yard movilizó a cientos de agentes por toda Gran Bretaña. El cadáver del niño fue hallado el 16 de febrero, tras cuatro días de búsqueda nacional: el tren lo había cortado en dos.

El hallazgo del cadáver

Los investigadores examinaron las cintas de los videos de seguridad una y otra vez antes de darse cuenta de lo que había ocurrido en realidad y lo que observaron los dejó atónitos: James había sido sacado por otros dos niños. Al principio se pensó que se trataba de dos chicos enviados por el verdadero secuestrador, pero la realidad de lo ocurrido horrorizó a la opinión pública.

Cartel pidiendo información sobre los asesinos.

Robert Thompson y Jon Venables fueron arrestados en una movilización policíaca digna de una película de acción. Por decisión expresa del gobierno, fueron juzgados como adultos; los ingleses deseaban darle una lección al mundo.
Robert Thompson y Jon Venables tras su arresto



Durante el juicio, los dos acusados asistieron impasibles a la reconstrucción efectuada por el fiscal en los juzgados de Preston, a unos 30 kilómetros del solar donde James fue muerto a golpes y pedradas. El jurado examinó las imágenes grabadas por la cámara de seguridad del Centro Comercial Strand, donde los dos acusados secuestraron al pequeño. Con la hora sobreimpresa en las imágenes, resultó sencillo ordenar la secuencia de los hechos.
En el juicio, los niños asesinos nunca tuvieron la menor oportunidad de defenderse: la prensa y la opinión pública siempre los trató como adultos. Jon Venables aprendió a desconectarse de lo que se decía en la sala, para concentrarse en sus zapatos o en jugar con las manos. El juicio se convirtió en un acto de histeria colectiva donde la gran perdedora fue la infancia británica.
El juicio de Robert Thompson y Jon Venables

Venables y Thompson jamás fueron vistos como si fueran niños durante el juicio pero los demás chicos británicos perdieron su libertad, su derecho a hacer mandados, a jugar a la pelota en su barrio con sus amigos o simplemente andar en bicicleta en la vereda, su derecho a la infancia. La filosofía de que los niños no estaban seguros en ninguna parte se impuso. No se podía dejar a los hijos con nadie a cargo: miles de mujeres abandonaron sus empleos para ocuparse solamente de sus chicos ante el síndrome y el miedo al secuestro. Nada volvió a ser como antes.

Varios psicólogos de la defensa sostuvieron que los asesinos pensaban que sólo era un juego. Pero ese argumento no sirvió de nada: al final, fueron condenados a cadena perpetua. Los tabloides británicos glorificaron la condena a perpetuidad. A los jueces británicos les bastó que los chicos diferenciaran "el Bien del Mal" para aplicarles la condena. La máxima concesión que los acusados recibieron fue que sus nombres no se conocieran, pero los tabloides violaron las reglas.
Los titulares sobre el crimen y el juicio


Jon Venables y Robert Thompson pasaron ocho años y cuatro meses en prisión. Aunque en prisión estuvieron separados, las vidas de Jon Venables y Robert Thompson no fueron muy diferentes. Ambos estuvieron rodeados de fortísimas medidas de seguridad y de una legión de especialistas. El gobierno británico gastó en su rehabilitación tres millones de libras esterlinas (cuatro millones de dólares). A pesar de que los niños se pasaron durante años la pelota de la responsabilidad por la muerte de Bulger, ambos terminaron por asumir su culpabilidad. Su horario en prisión, sin embargo, no era tan estricto: entre semana, se levantaban a las 7:00. A las 9:15 horas comenzaba su jornada educativa, hasta las 15:15 horas. Por la tarde permanecían encerrados en su celda hasta que, a las 22:00 horas, las luces se apagaban. Los fines de semana tenían permiso para quedarse en cama hasta las 11:00 horas. En sus cumpleaños, recibían diez libras. Incluso, Venables y Thompson realizaron varias salidas supervisadas al exterior, muchas de ellas al teatro.
El funeral de James Bulger.

A quien más le costó adaptarse a la vida en la cárcel fue a Jon Venables, quien en prisión siguió evadiéndose de la realidad. Pero en noviembre de 1997, la psiquiatra Susan Bailey informaba que lo había asumido todo. En prisión, Venables estudió duro, terminó la escuela primaria y varias asignaturas de la secundaria. Sus educadores afirmaron que podría ir a la universidad. Durante su largo proceso de recuperación, el niño de los dientes separados contó siempre con el apoyo de su madre. Todos los fines de semana recibió la visita de su progenitora, Susan, y de su padrastro, Neil.
Jon Venables: el inadaptado

Robert Thompson, a quien le costó trabajo superar el bachillerato elemental, se reveló como un artista. Al poco de ingresar en prisión, le hizo a su madre una mesa de café. Luego diseñó un vestido de novia que él mismo realizó con la ayuda de una aguja y un dedal. Sus dotes artísticas se pueden apreciar en la sala de visitas de la prisión, donde hay colgados varios de sus cuadros.


Otro escándalo ocurrió cuando, en el juego electrónico basado en la serie de televisión La Ley y el Orden, se incluyó la imagen del secuestro en uno de los escenarios. La madre del pequeño James protestó públicamente por este hecho y la imagen fue retirada.

El videojuego: la imagen del secuestro se nota al fondo.




En 2001, una comisión independiente dirigida por el Ministerio del Interior decidió, tras cuatro días de debate, que los dos muchachos estaban rehabilitados. El Ministro del Interior, David Blunkett, comunicó la decisión de la Comisión, presidida por un juez de la Alta Corte, con una respuesta escrita a una interrogación parlamentaria. Subrayó que "nadie podrá jamás olvidar el caso de James y el dolor de su familia. El asesinato del niño James Bulger fue un suceso terrible para su familia y para toda la nación, pero no sería de interés público perseguir a los responsables ahora que la junta de libertad bajo palabra ha decidido que ya no es necesario para la seguridad del público que estén confinados", afirmó.

Las protestas por la liberación de los homicidas.



Pero en Gran Bretaña, donde nadie pudo olvidar la historia de la sádica ejecución del pequeño James Bulger, la noticia provocó furia. La ferocidad de la acción de los niños homicidas asombró al mundo. Cuando se enteraron de la decisión de liberarlos, la madre y el padre del pequeño James, ya divorciados, se dijeron "profundamente doloridos y conmocionados" por la decisión. "Estoy disgustada, tanto por el Gobierno como por la Comisión", subrayó la madre, Denise. "La vida de mi hijo fue robada de una manera inimaginable. Ahora tengo miedo. No me atrevo a mandar a mi hijo a la escuela. ¿Quién me puede asegurar que estos dos no estén al acecho?", se preguntó.

Denise Bulger tras la noticia de la liberación de los asesinos de su hijo




Por eso, la justicia estimó que los asesinos no podían pisar la calle con su verdadera identidad. Como espías, fueron entonces instruidos en el arte del engaño. Los más astutos cerebros del Ministerio de Interior se afanaron en darles nombres y apellidos falsos, un pasado falso, una historia falsa. Así lo ordenó la jueza Elisabeth Butler-Sloss, quien aseguró: “Existe la posibilidad real de que encuentren la muerte a manos de miembros de la familia Bulger o de individuos vengativos”. Esto a raíz de la amenaza lanzada por el padre de James, Ralph Bulger: “No pararé hasta dar con ellos”. Nadie, excepto un círculo pequeño, sabe qué caras tienen en este momento. Ni siquiera si son gordos o flacos, altos o bajos. El fallo judicial prohíbe que se difunda cualquier detalle sobre ellos.
Ralph Bulger: el padre sediento de venganza


Venables y Thompson recibieron una nueva identidad y una casa segura: una operación que le costó al gobierno británico más de cuatro millones de euros. La justicia británica ordenó que las nuevas identidades de los asesinos nunca sean publicadas. No podrán estar en contacto entre sí, ni con la familia de su víctima, y tienen prohibido acercarse a Meyerside, su localidad natal y donde cometieron el crimen.

Supuesto retrato de Robert Thompson en su nueva identidad de "Sean Walsh"


Pero los especialistas descreen de la posibilidad de una "nueva vida" para los asesinos. Sostienen que la avidez de los medios y el repudio de la sociedad harán que tarde o temprano se los encuentre. Poco después de su reubicación, salieron a la circulación dos versiones con supuestas fotografías recientes de Robert Thompson, lo que desató en el gobierno el temor de que su identidad pueda llegar a conocerse.


Supuesto retrato de Robert Thompson en su nueva identidad de "Arthur"




Según Harry Fletcher, presidente de la Asociación de Funcionarios Supervisores de Presos en Libertad Provisional, las posibilidades de que algún día se conozca la verdadera identidad de los dos homicidas es muy alta. "¿Qué pasa si comienzan una relación con una chica? ¿Qué pasa si alguno de los dos es detenido por la policía, o queda ingresado en un hospital, y la policía comprueba sus antecedentes?", se preguntó. "Habrá un número importante de gente que sepa sus identidades reales, y casi con toda seguridad se filtrarán", afirmó.




¿Dónde comenzaron su nueva vida? En un primer momento, las autoridades pensaron trasladarlos al extranjero. Australia, Canadá, Nueva Zelanda... pero estos países se negaron a recibir a los famosos asesinos. Además, fuera del Reino Unido, era mucho más difícil monitorear a los jóvenes criminales. Porque aún en libertad, la policía decidió seguirlos de cerca para asegurarse de que su proceso de rehabilitación no se tuerza, pero también para protegerlos del peligro de que alguien averigüe su identidad y decida hacer justicia por mano propia. Todas las habitaciones de las casas de Thompson y Venables cuentan con alarmas conectadas con la policía, que acudirá ante cualquier emergencia.

Las vidas de Venables y Thompson recomenzaron en alguna ciudad del norte de Inglaterra, donde su acento de Liverpool pasaría desapercibido. Viven en un centro urbano por aquello del anonimato de las ciudades y, por supuesto, ambos tienen sus domicilios en localidades diferentes. Dada la combinación fatal que forman, nunca, jamás, podrán encontrarse. De hecho, hace ya ocho largos años que no se ven las caras. La última vez fue el 24 de noviembre de 1993. Tenían once años y estaban sentados en el banquillo de los acusados, escuchando la sentencia.


Denise y Ralph Bulger, los padres del pequeño James, tras el asesinato de su hijo.



Para evitar riesgos, los miembros del Ministerio del Interior británico procuran que su nueva historia familiar sea lo más parecida posible a la auténtica. ¿Cómo saldrán del paso si, después de decir que han estudiado en tal o cual colegio, alguien les dice que no los recuerda? La idea preocupa a los asesinos. Susan, la madre de Jon Venables, fue una de las primeras en ensayar la "vida de mentira". Por seguridad, adoptó un nombre falso y dejó atrás Merseyside, donde era conocida como “la madre del monstruo”. La madre de Robert Thompson, Ann, quien tiene otros siete hijos, también cambió de nombre y se mudó varias veces para evitar la ira de los vecinos.

Otro problema es la prensa. Los tabloides británicos y la prensa sensacionalista están al acecho y la prohibición de publicar detalles que puedan desenmascararlos sólo rige en Inglaterra y Gales. La madre del pequeño James Bulger, Denise, sedienta de venganza, recordó que la difusión en Internet de detalles e incluso fotos de los asesinos sería legal.

Los titulares sobre la liberación de los niños asesinos






“Cada minuto que pase, deberán vigilar sus espaldas. Aunque se vayan a vivir en el fin del mundo, nunca podrán estar tranquilos”, declaró. También ha predicho que algún día alguien los matará y que ella apoyará a sus asesinos en caso de que se celebre un juicio", declaró Denise Bulger.


La indiganada madre de James


En una entrevista que publicó el Daily Mail, Denise (ahora apellidada Fergus) comenta: “No hablo de la pena de muerte, pero creo que van a morir porque hay personas que van a matarlos”. La madre de James Bulger, que se declara todavía “llena de odio, ira y miedo” años después de la muerte de su hijo, cree que Jon Venables y Robert Thompson acabarán por ser encontrados a pesar de la nueva identidad de la que disponen y de la protección de su anonimato.


“Y si alguien los mata, yo estaré a su lado en el tribunal para decir: ‘El responsable es el Gobierno porque sólo apoya a los asesinos’. Un día, una pistola apuntará hacia ellos, aunque no sea yo quien la sostenga”. Ya no son Jon Venables y Robert Thompson, pero, en el fondo, siguen siendo y serán por siempre los asesinos de James Bulger.

BIBLIOGRAFÍA: